EvaluaciónAnual_Saluganda

Proiektuaren urteko ebaluazio-bisita

Urtero bezala, ikasturtea amaitu baino lehen, Ugandara joango gara 2019an proiektuak izandako aurrerapenak egiaztatzeko, gastuak ikuskatzeko eta irakasle eta ikasleekin biltzeko, etorkizuneko ekintza berriak pentsatzeko.

Bisita horren eta proiektuaren ebaluazioaren ondoren, urteko memoria partekatzen dugu, egindako jarduerak zehazten dituena, Garapen Jasangarriko Helburuetarako ekarpen gisa. GJHen 2030 Agenda jardueren inplementazioaren ikuspegi holistikoa eta intregrala behar duen lantzat hartzen dugu, eta, horregatik, ikuspegi horri jarraitzen diogu hainbat helburu batera landuz. Proiektuaren hiru ildo espezifikoren azalpen-dokumentuak partekatzen ditugu, non ardatz nagusia 5. GIH (Genero Berdintasuna) den.

.

Proyecto Escuelas Agrosostenibles Memoria 2019

ODS5_Cooperativas de Mujeres Ganaderas

ODS5_SaludMenstrual

ODS5_CocinasEficientes

ghana-vertedero-kNeB-U90800820546WD-624x385@RC

¿Donde va nuestra basura tecnológica? Reflexión para el Black Friday

‘El primer mundo exporta su basura tecnológica a Africa’, un artículo del periodista José Antonio Gonzalez, publicado en El Correo, sobre la basura tecnológica que se produce por un modelo de consumo compulsivo; artículo que sirve para la reflexión en este día (o incluso semana) tan “deseado” del Black Friday,  que fomenta precisamente el consumo innecesario, generando así más y más problemáticas como la que se expone aqui. ¿Que implicaciones tiene nuestro modelo de consumo?

 

Accra, capital de Ghana, se ha consolidado en los últimos años como el gran vertedero mundial de esta clase y su principal cliente es Europa.

Sólo en 2018 se vendieron cerca de 1.440 millones de ‘smartphones’ que generaron 522.000 millones de dólares (473.600 millones de euros). Pero a estos números hay que sumar portátiles, libros electrónicos, relojes inteligentes, ‘tablets’ y un largo etcétera de productos tecnológicos que forman parte ya del día a día.

La otra cara son los dispositivos que se abandonan, se rompen o simplemente se tiran. Casi 50 millones de toneladas de residuos electrónicos se generaron en el mundo el año pasado, según estimaciones del Foro Económico Mundial (WEF en inglés).

Los Amazon, Alibaba, El Corte Inglés o MediaMarkt son los reyes del primer párrafo. Pero del segundo un nombre, quizá desconocido para los usuarios del primer mundo: Agbogbloshie.

Es el mayor mercado mundial de electrónica, aunque quizá habría que especificar más: chatarra electrónica. Se trata de uno de los barrios de la ciudad de Accra, capital de Ghana (África), y es el principal vertedero de desechos tecnológicos del mundo.

Un día cualquiera en este barrio transcurre entre cables, aparatos tecnológicos destrozados y continuos vertidos de plomo, cadmio, bromo, dioxinas cloradas y un largo etcétera. Son los componentes que intoxican las miles de hectáreas del vertedero y a cientos de ciudadanos.

Su enclave estratégico al oeste de la ciudad, y situado en pleno golfo de Guinea, permite que este macrovertedero reciba alrededor de 600 contenedores al mes. El principal emisor es Europa.

Los datos de Eurostat apuntan que en los países de la UE el 4% de la basura generada en el continente es electrónica, es decir, unos 10 millones de toneladas al año. Sólo en 2017, España generó 930.000 toneladas de esa clase de basura electrónica.

España es el quinto país que produce más residuos de aparatos eléctricos y electrónicos (RAEE) de la Unión Europea, tras Alemania, Reino Unido, Francia e Italia. Pero los datos apuntan que se recogieron sólo 198.000 toneladas, lo que supone alrededor del 21% de los residuos.

Estrechando aún más las cifras, cada español genera de media 17 kilos de desechos de ese tipo al año. La ONU va más allá y cuantifica el total mundial de basura electrónica en 50 millones de toneladas, cantidad que no ofrece señales de que vaya a disminuir, según señalan los departamentos de investigación del organismo internacional.

Conforme al estudio del profesor Martin Oteng-Ababio, de la Universidad de Ghana, en este país la recuperación de metales valiosos genera a los trabajadores ingresos de unos 3,5 dólares diarios, casi dos veces y medio el sueldo diario de un trabajador medio allí. Es el motivo por el que miles de personas se han visto atraídas por el negocio de la basura electrónica. Un ejemplo. Se calcula que 100.000 teléfonos móviles pueden contener unos 2,4 kilos de oro, equivalentes a 122.000 euros; además de 900 kilos de cobre, valorados en 85.100 euros; y 25 kilos de plata, iguales a 26.000 euros.

Elementos químicos

Un informe reciente de la Real Sociedad Británica de Química señala que un teléfono inteligente medio contiene 30 elementos químicos diferentes. Y otras estimaciones similares calculan que, en el caso de los modelos de gama alta, pueden ascender a 75.

Según cálculos de varias ONG, la dimensión de Agbogbloshie equivale ya a once campos de fútbol. Los materiales se tratan en fogatas al aire libre, liberando polvo y humos contaminantes derivados de la quema, sobre todo de PVC. Y debido a la nula experiencia en el tratamiento de estos desechos, muchos, niños incluidos, terminan cayendo enfermos.

Un estudio de la ONU certificó en 2014 que en Agbogbloshie la concentración de plomo en el suelo llega a superar mil veces el nivel máximo de tolerancia. De hecho, la contaminación del agua y la tierra exterminó en menos de una década toda la biodiversidad de la zona.

Otro informe de Naciones Unidas reveló en una escuela cercana a un depósito de residuos electrónicos una contaminación por plomo, cadmio y otros contaminantes perjudiciales más de 50 veces superior a los niveles de riesgo.”

 

 

 

1573487466_052958_1573841564_sumario_normal_recorte1

Ser niña en Uganda

Harriet y su carrera por llegar muy alto – El País

Ivan Moreno/Fotografía de Samuel Sanchez/Video de Luis Manuel Rivas

Los embarazos tempranos y los matrimonios forzados ensombrecen el horizonte de las menores en Uganda y son los principales motivos de su abandono escolar. Esta es la historia de una joven que reta esta realidad.

La arcilla de los caminos que atraviesan la exuberante naturaleza verde del norte de Uganda lo impregna todo. La humareda naranja que levantan los vehículos al cruzarlos a toda velocidad se pega en los rostros y la ropa de quienes transitan por las cunetas desde las primeras luces del día y hasta el anochecer; sobre todo mujeres y niños. Una de ellas es Harriet, de 15 años, que cada día camina hasta el colegio acompañada de varias amigas de su misma comunidad, un conjunto de cabañas de adobe y paja, sin luz ni agua corriente, en Adjumani, una recóndita región de bosque tropical que hace frontera con Sudán del Sur. Cuando llega a la escuela, su uniforme raído de rosa chillón está recubierto de una fina capa de polvo. También sus manoletinas negras —desgastadas en la punta y el tobillo— coronadas en el empeine con una flor de loto. Ella, como el 90% de los niños de Uganda, gasta un único par de zapatos.

Se levanta a las seis de la mañana. No desayuna a diario, solo cuando hay comida en casa. Pero su estómago vacío no le impide echar a correr cuando vislumbra a lo lejos la copa redondeada de la acacia que parece proteger la entrada del colegio. Harriet es alta, estilizada, atlética. Transmite la elegancia de una bailarina. Como el resto de sus compañeras, lleva la cabeza rapada casi al cero. Dice que lo hace por comodidad, pero también para evitar comentarios desagradables de los chicos. El machismo es una amenaza constante para una adolescente en Uganda, donde 26 mujeres son violadas cada día.

Son las 7.30 y Harriet, al igual que los 600 alumnos de este colegio de primaria, se entrega a la limpieza de la hojarasca dejada por la tormenta de madrugada. Al barrer, el sonido de las escobas hechas con ramas rompe el silencio que reina en el patio. En sus fachadas desconchadas hay dibujados varios grafitis. En uno aparece un hombre bajo rejas y una mujer embarazada sollozante. Y una advertencia: “El sexo temprano causa encarcelamientos y embarazos”. A la entrada del aula de Harriet hay escritos otros dos mensajes: “Evita los matrimonios forzados” y “¡Cuidado con el sida!” (1.300.000 ugandeses viven con VIH y dos tercios de las nuevas infecciones se producen entre adolescentes). Consignas que buscan cambiar la realidad de un país en el que el 25% de las adolescentes están embarazadas o han tenido hijos y el 40% son obligadas a casarse antes de los 18 años.

En su clase hay 35 alumnos. Cuando empezó primaria, a los seis años, eran más de 200, pero según fueron creciendo algunos de sus compañeros dejaron de venir. De un día para otro. Sin avisar. La última fue Helen, de 17 años. Se quedó embarazada hace seis meses y desde entonces no ha vuelto a pisar las aulas. Los profesores han encomendado hoy a Harriet la misión de convencerla de que retome los estudios una vez dé a luz. “No habrá un futuro digno para tu hijo si renuncias a la educación”, le implora Harriet a su excompañera a las puertas de su cabaña, a un kilómetro escaso del complejo escolar. La acompañan otras dos chicas. Sentadas en sillas de plástico, mientras a su alrededor un cerdo olisquea a un bebé que gatea desnudo, las tres amigas tratan de persuadirla para que “concentre todas las energías en los estudios”. Los embarazos de adolescentes y los matrimonios prematuros son los principales culpables del abandono escolar en Uganda. En otros casos, las familias no pueden asumir el coste del material o los padres prefieren que sus hijos trabajen en el campo.

A media mañana, Harriet lidera un taller de música con canciones que hablan del acoso, la igualdad de género y la dignidad de las mujeres. Lo hace inmersa en un bosque de acacias cuyas hojas en forma de helecho filtran los rayos de sol. Su delicado timbre de voz se alza hacia el cielo, sobreponiéndose al canto de los pájaros, al ritmo seco que marcan sus palmadas. “Los chicos deben dejarme tranquila, / me casaré en un futuro pero no ahora”. El estribillo de esta íntima plegaria góspel es acompañado por el coro de 10 alumnos que replican los movimientos cadenciosos de Harriet. “Igualdad de oportunidades, eso es lo que todas necesitamos”, clama en otro momento.

Admira a sus maestros y a las mujeres del Parlamento ugandés “porque apoyan el poder de la educación”. Quiere ser contable para construir una casa para sus padres y un mercado. Sus enormes ojos proyectan una mirada dulce. Habla poco y entre susurros. Apenas sonríe, pero si lo hace muestra su carisma. No necesita de aspavientos para que su discurso feminista haya calado entre sus compañeras. “Primero conseguiré un trabajo, y solo después tendré hijos; tres como mucho”, dice sumando con sus dedos. En Uganda, las mujeres tienen cinco de media.

A la hora de comer, Harriet sale al encuentro de su mejor amiga, Manuela, a la que anima a diario a aprobar los exámenes para que puedan seguir juntas en secundaria, una etapa a la que solo llega un 25% de niños. Agarradas de la mano, hacen fila frente al cobertizo donde se reparte la comida. El menú no varía. Siempre comen judías acompañadas de posho, una papilla de harina de maíz. Lo hacen después de esperar otra cola frente a grandes bidones azules donde tienen que lavarse las manos. La higiene aquí es la primera trinchera en la lucha contra enfermedades como el cólera. Harriet y Manuela almuerzan recostadas sobre el prado que hay a la entrada del colegio después de bendecir los alimentos. Al terminar lavan los platos y los dejan secar sobre una especie de tendedero hecho con troncos de madera.

Aparte de estudiante modélica, con un excelente rendimiento en matemáticas e inglés, Harriet es una velocista formidable. Al correr dice que se siente libre. Su sueño es competir en Kampala, la capital. Hoy tocan 100 y 200 metros libres. A golpe de silbato, dirige el entrenamiento con saltos, estiramientos y flexiones mientras bromea con sus compañeras. Harriet imprime velocidad a las plantas de sus pies descalzos para atravesar la meta la primera. No está acostumbrada a perder.

A las cinco de la tarde acaban las clases y Harriet se reúne con sus amigas para emprender el regreso a casa cargada con libros ajados. En su rostro, bañado por la luz tostada del atardecer, no se adivina el cansancio. Le espera una caminata en la que se cruza con vacas y cabras, la mayoría famélicas, que pastan en los bordes del camino.

Los padres de Harriet, sin recursos, encomendaron la educación y la crianza de su hija a su tío, un oficial de policía polígamo casado con tres mujeres, aunque solo la más joven se hace cargo de ella. A cambio, Harriet la ayuda a preparar la cena. En el pequeño huerto familiar crece la yuca o cassava (un tubérculo rico en hidratos de carbono), berenjenas, tomates y papaya. También calabazas, cuyas hojas arranca para hervirlas y mezclarlas con cacahuetes machacados con una piedra, dando como resultado una crema de color ocre que será la cena para los 15 miembros de esta familia. Hombres y mujeres comen por separado bajo la penumbra. La energía que absorbe durante el día una placa solar sirve para iluminar parcamente sus platos. Las tres mujeres duermen, con sus respectivas proles, en cabañas distintas. El marido solo pasa las noches con las dos más jóvenes, que va alternando a capricho. Harriet, en cambio, se puede sentir afortunada porque descansa junto a dos de sus primas en la que en un futuro será la residencia principal, pero que ahora es un esqueleto de paredes sin enfoscar. Antes de que la luz se extinga, juega al corro con su prima más pequeña, a la que ha regalado el único juguete de su infancia: una muñeca de nombre Baby con la cabeza y el cuerpo a punto de desmembrarse. “Sueño con llegar muy alto”, dice Harriet antes de acostarse en un mugriento colchón a los pies de una oxidada litera de hierro. A ras de la tierra de Uganda.

VoluntariaSaluganda

Boluntarioen bigarren bisitak ikusmen-osasuna lantzen jarraitzen du.

Boluntarioen bigarren txanda Ugandatik itzuli da ikusmen-osasuneko programa osatu ostean. Bisita honen helburua Laura Corerak eta Gema Diaz-Sarabiak uztailean egindako bisitan hasitako lanari jarraitzea zen. Bisita horretan, ikusmen-osasunaren arloko proiektuaren ildo berriari ekin zioten, eta haurren ikuspegia ebaluatu zuten, tratamendua beharko dutenak identifikatzeko. Orain, urrian, Imanol Recalde oftalmologoak eta Lorena Lauzirika erizainak ebaluazioa osatu dute, eta betaurrekoak beharko dituztenak graduatu dituzte, ikusmena eta eskolako emaitza akademikoak hobetu ahal izateko. Graduazioetaz gain, begiko infekzioen edo antzemandako beste arazo batzuen kasu zehatz batzuk ere ikusi eta tratatu dituzte bertan.

 

Proiektuko 7 eskolak berrikusi dira, ikasleak eta irakasleak barne. Guztira 2986 pertsona izan dira, eta horietatik 64 ikaslek eta irakaslek betaurrekoak beharko dituzte. Kontingentzia-neurri gisa, bertan banatzen saiatuko gara Ner-Group eta Histocell eko langile boluntarioek bildutako betaurrekoei esker. Etorkizunean, Medical Optica Audición izango da neurrira egindako betaurrekoak fabrikatuko dituen erakundea.

Bestalde, Lorenaren prestakuntzaz baliatzen gara Jimmy Kantende gure tokiko koordinatzailearen mugikortasunari eragiten dioten ultzera baskularrak tratatzeko. Tratamendu hau Histocellek emandako apositu eta sendagaiei esker ematne da Aurrera.

Eskerrik asko Imanol eta Lorena zuen lan bikainagatik! Mila esker bikote!